
Día tras día, una monotonía aplastante. Huelo aburrimiento, falta de sentimientos.
Pero ayer mientras escuchaba mi lágrima caer la humedad me empapó de calor.
Calor de recuerdos sexuados. De caricias interminables y casi transparentes.
Y sequé mi lágrima y me asomé a tu ventana. El eco de las gotas regaba mi sangre que golpeaba mis sentidos sin piedad alguna. Mientras que ya, casi sin fuerzas, deseando que la monotonía jamás regresara, abrí la ventana y estiré mi mano.
Y me besaste una vez más los dedos.
Desplomada en aquella vieja mecedora de mimbre permití a la lluvia entrar.
Y me besaste los labios.
Y me cubriste con tu manto de deseos.
Siempre mirándote desde abajo.