
Ahora lo mejor es gritar.
Gritar hasta que la garganta sangre y los ojos caigan de desesperación. Lo importante es desplomarme y morder la hierba. Y mirar al cielo pidiendo a una explicación a alguien que no existe, deseando desaparecer y volar.
Volar muy alto donde nada ni nadie te vea, allí donde te encuentras a tí mismo y hueles la paz. Donde se respiran flores...
Pero sigo gritando, arrancándome cada parte de mi cuerpo, acabando con las lágrimas. Volviendo al mismo punto de partida, dentro de una rueda que gira cada vez más deprisa, y no puedo salir, ya no.
Y mi cuerpo rígido se agota y paraliza. No puedo más. La sangre me abrasa la piel.
Los gritos, afilados como cuchillos, me torturan.